Vuelos Secretos – Artículos Periodísticos

Malvinas: revelan que pilotos civiles de Aerolíneas realizaron vuelos secretos en busca de armas

El periodista Gonzalo Sánchez habló por primera vez con los pilotos civiles que fueron a buscar armamento a Tel Aviv, Ciudad del Cabo y Libia durante la guerra; lo cuenta en su libro

Víctor Pombinho

LA NACION  —  JUEVES 26 DE ABRIL DE 2012 • 10:03

Gonzalo Sánchez, autor del libro

En el libro Malvinas. Los vuelos secretos, el periodista del diario Clarín Gonzalo Sánchez (autor de La Patagonia vendida, los nuevos dueños de la tierra y de Patagonia perdida, la lucha por la tierra en el fin del mundo) consigue por primera vez el testimonio de los pilotos de Aerolíneas Argentinas que realizaron siete vuelos clandestinos a Tel Aviv, Ciudad del Cabo y Libia en busca de armas para las tropas que peleaban en Malvinas.

¿Cómo te enteraste de la historia de los vuelos? Surge a partir de una fuente, que me contó que estaban dando vuelta estos tipos y querían hablar. Yo en ese momento no era un especialista en Malvinas y tampoco lo soy ahora. Me junté con ellos en la oficina de un amigo mío en común y me dicen: «Nos conocemos desde hace mucho tiempo, tenemos nuestras cuestiones juntos y en las últimas reuniones que hicimos nos pareció propicio, a 30 años de Malvinas, que esto se supiera. Queremos contarle la historia a un periodista y que el periodista la escriba». Les dije que la potencia estaba en que ellos pusieran la cara, que por primera vez cuenten la historia. Lo que tiene valor es que ellos por primera vez hablen.

De hecho a mí me contaron que había algunas menciones a los vuelos. El Tata Yofre, en su libro 1982, le dedica tres párrafos a la cuestión de que se usaron aviones de Aerolíneas para buscar armas a Libia y Tel Aviv. Y hay algunas otras menciones en una investigación de la revista Somos y en la Historia de las Relaciones Internacionales Argentinas de Carlos Escudé. Menciones a que se usaron aviones para buscar armas y de que Khadafy e Israel ayudaron a la Argentina en la guerra. Nada más. Se conocía eso, pero nunca los pilotos habían hablado. Ese es el valor de esta historia.

   Los pilotos Ardalla, Busch y Pichiello cargan armas en el fuselaje de un avión. Foto: Gentileza: Editorial Planeta

Entonces traté de generar un escenario de confianza para que los tipos pudieran hablar más y más. Mi compromiso con ellos fue básicamente que los iba a cuidar, ser fiel a lo que me narraran. Y que mi trabajo iba a consistir en trabajar el contexto histórico para poder comprender por qué hicieron lo que hicieron.

¿Por qué los pilotos se decidieron a contar todo? Los vuelos que ellos hicieron figuran como «vuelos de guerra» en los registros de la Fuerza Aérea, eran vuelos secretos y nunca se publicitaron por las características propias de la investigación. Se mantuvo el secreto por largo tiempo. Ellos se estaban reuniendo, estaban siendo parte de este proceso de los 30 años. Habían recibido condecoraciones en 1990. El más joven tiene 71 años y el más grande 82. Yo no sé si es una cursilería esto, pero tienen la idea de que está terminando la vida y el hecho que ellos protagonizaron estaba en una nebulosa. Quieren que la historia se sepa. En las FFAA se sabía esto, pero había adquirido un nivel tan alto de confidencialidad que seguía siendo un secreto. Solo uno de ellos tiene un origen militar y en aquella época era común. También sienten que es un buen momento para que se sepa.

¿Alguno de los pilotos dudó en realizar los vuelos? Sí, hubo de todo. Según cuentan los pilotos, fue una convocatoria, no una orden, no los obligaron. Cada uno podía aceptar o no. Muchos se negaron. Y siguieron trabajando. Y hay hasta un caso, de uno que se negó y después se arrepintió, quiso participar Pero le dijeron que no. Incluso hubo dos tripulantes que estando en un vuelo a Libia se declararon en rebeldía y decidieron no seguir adelante, se bajaron en Las Palmas, en islas Canarias, no era algo sencillo. Los tipos podían estar tranquilamente viajando a Miami…

«»Según los pilotos, la cuestión Malvinas toca un nervio patriótico»»

¿Por qué aceptaron? Según ellos, la cuestión Malvinas toca un nervio patriótico, y es eso. No hay mucho más. Se involucraron porque era el trabajo que hacían ellos. Ir en avión hasta un lugar y traerlo con carga. Ellos hacían vuelos de carga también, además de de pasajeros. Lo que pasa es no había seguros e iban a estar volando en medio de la guerra. Les tocó algo interno, algo patriótico.

¿Corrieron peligro real de ser derribados? Yo investigué episodios. ¿Existen en el mundo antecedentes de aviones civiles derribados? Y sí, existen. Incluso está el caso de un avión argentino en el contexto de la guerra Irán-Irak, a comienzos de la década del 80. Había una empresa chiquita, que se llamaba Aerotransportes Entre Ríos, que volaba de Buenos Aires a Israel haciendo traslados de mercadería. En Tel Aviv, cargan un avión con armas y sale rumbo a Irak. Lo detecta la Unión Soviética, lo hacen desviar y lo derriban con un misil. Nunca se supo nada. Ahí iban cuatro pilotos argentinos civiles.

Y después durante la guerra de Malvinas, hay dos casos, que están descriptos en otro libro, en las memorias de Sandy Woodward, jefe de la Royal Marine. El cuenta que la Fuerza Aérea argentina tenía Boeings de carga. El cuenta que detectaron un avión raro, lo dejan pasar y la noche siguiente lo vuelven a detectar. Y se genera una sospecha de que era un avión militar. El pide autorización para voltearlo, pero vacila. Le dan luz verde, pero por alguna razón el tipo decide no hacerlo. Y al otro día determinan que era un avión de Varig que venía con pasajeros de Durban a Río de Janeiro. Podrían haber volado un avión de pasajeros . Una locura.

Se supone que la tecnología para detectar los aviones de Aerolíneas la tenían. ¿Pensás que tomaron la decisión de no bajarlos?

«»Los ingleses no quisieron tirar abajo un avión aerocomercial»»

Me parece que influyeron razones políticas, como dicen los pilotos. No quisieron tirar abajo un avión aerocomercial. A mí me cuesta creer que no tuvieran la data de que transportaban armas. Esta historia transcurre durante la Guerra Fría, en un momento en que los servicios de inteligencia están aceitados como nunca. Todo se sabía. Por otro lado, Khadafy, un líder tercermundista en crecimiento que descansaba sobre una montaña de armas de la URSS, debía estar vigilado. Supongo que fue un acierto, en medio de la marea de desaciertos que fue la guerra, usar aviones de Aerolíneas.

«»Los despegues fueron todas proezas. El avión volaba mucho tiempo a 300 pies, una locura. Eran tremendos aviones cargados con 37 toneladas de armas».»

¿También los vuelos eran peligrosos por el cargamento que llevaban, no? Les cargaban el avión y ellos acomodaban las armas para que quedara balanceado. Los despegues fueron todas proezas. El avión volaba mucho tiempo a 300 pies, una locura. Eran tremendos aviones cargados con 37 toneladas de armas.

Ellos pensaban que se podía ganar la guerra? Un rasgo de todos es que estaban jugados en la misión, no se hacían preguntas ni medían riesgos. Hacían su laburo. El vuelo a Ciudad del Cabo es tenso porque salen al otro día del hundimiento del Belgrano.

¿La sociedad en su momento se sintió engañada tras la guerra. ¿Ellos tienen ese sentimiento de haber sido manipulados? Creo que tienen un poco esa contradicción que tenemos todos. Pero no se sienten usados. Consideran que eran los que tenían que hacerlo. Son re patriotas. Tampoco se consideran héroes, que son los combatientes. Ellos pusieron su granito de arena.

   El piloto Carlos Bernard en Trípoli; al fondo, carga de municiones. Foto: Gentileza Editorial Planeta

¿El hecho de ir a buscar armas a países como Libia y Sudáfrica revela la improvisación con que se fue a la guerra? Sí. Eso es lo más interesante. Y tiene su explicación. Era una dictadura que se proponía casi como una sucursal de Washington, que era un enclave de Estados Unidos en el sur, que ofrecía entrenamiento antiterrorista, que se jugaba todo por las políticas regionales de EE.UU. y que creyó que este país se iba a declarar neutral, sin observar que tenía una alianza estratégica con Gran Bretaña. Unos delirantes absolutos, a tal punto que terminaron claudicando ideológicamente porque aceptaron armas de los comunistas, una vez que fueron bloqueados por Occidente.

Lo de Israel es un tema aparte, porque el entonces presidente Jimmy Carter había restringido la compra de armas a las dictaduras latinoamericanas. Ese contexto fue aprovechado por Israel, que empezó a abastecer a las dictaduras de América Latina. Los dos primeros vuelos a Tel Aviv fueron para buscar armas que ya estaban compradas. Es distinto a lo de Libia. Washington luego le pide a Israel que corte el tráfico.

¿Por qué fracasa el vuelo a Sudáfrica? Cuando comienza la guerra, Buenos Aires se llena de traficantes de armas que hacían ofertas. El piloto Ramón Arce dice que se solía ver a Monzer al Kassar y a Diego Palleros dando vueltas. Ellos creen que lo que pasó en Sudáfrica fue que la dictadura no cerró el acuerdo con el traficante.

¿Brasil ayudó a la Argentina? Brasil tenía una neutralidad absoluta. Colaboró con estos vuelos, porque los aviones de Aerolíneas paraban en Recife para cargar combustible. Pero también ayudaron a un avión militar británico en problemas.

Hay un misterioso personaje que recorre el libro, el «doctor Alberto», que era el contacto con Libia. ¿Vos podés decir quién es? Se llama Eduardo Sarme. Lo estoy buscando todavía. El sacerdote Aníbal Fosbery, que está en Mar del Plata ahora, era amigo íntimo del ex dictador Leopoldo Galtieri y era el contacto con él. Sarme, según Dante Caputo, era un traficante de armas.

¿Qué opinión tienen los pilotos de la actual situación de Aerolíneas? Ellos vivieron la época dorada de la empresa. Creen que es una empresa degradada, que está lejos de representar lo que alguna vez fue. De hecho, ellos se fueron de Aerolíneas en 1992-93, con retiro voluntario, tras la privatización. Eso los entristece.

¿Y los 30 años como los ven? Con contradicciones. Consideran que la guerra no es el camino para nada, no son militares. Uno de ellos veía cuando volvía de los vuelos que sus hijos estaban con banderitas de Argentina y quería ir a cagar a piñas a las maestras.

Lista de vuelos Primer vuelo  

Ezeiza – Las Palmas – Tel Aviv  –

Tel Aviv – Las Palmas – Palomar

Comandantes:

Arce, Ramón

De Gainza, Gustavo

Brutti, Héctor

Minuzzi, Jorge

Segundo vuelo 

Ezeiza – Las Palmas – Tel Aviv –

Tel Aviv – Las Palmas – Palomar

Comandantes:

Lefevre, Carlos

Prelooker, Jorge

Botte, Horacio

Feo, Norberto (ya fallecido)

Tercer vuelo

Ezeiza – Ezeiza  (Destino original Sudáfrica: Abortado)

Comandantes:

Bresciani, Gezio

Lefevre, Carlos

Contreras, Valerio

Cuarto vuelo 

Ezeiza – Recife – Las Palmas – Trípoli   –

Trípoli – Las Palmas – Recife – Palomar

Comandantes:

Cuniberti, Luis

Feo, Norberto

Lombardini, Juan

 Quinto vuelo 

Ezeiza – Recife – Trípoli  –

Trípoli – Recife – Palomar

Comandantes:

Arias, Leopoldo

Busch, Enrique

Ardalla, Juan Carlos

Pichiello, Rafael (ya fallecido)

Sexto vuelo 

Ezeiza – Recife – Trípoli

Trípoli – Recife – Palomar

Comandantes:

Bresciani, Gezio

Giordano, Luis

Moglia, Hilario

Aydar Paz, Jorge (ya fallecido)

Séptimo vuelo 

Ezeiza – Recife – Trípoli

Trípoli – Recife – Palomar

Comandantes:

San Juan, Juan Carlos

Bernard, Mario

Biro, Valentín (ya fallecido)

Levaggi, Angel

 

http://defensanacional.argentinaforo.net/t3992-los-vuelos-secretos

La compra de armas durante la guerra por las Malvinas

Sobre la compra de armas durante la guerra de Malvinas se ha escrito y conjeturado mucho más de lo que, en verdad, se sabe. Fue un conflicto de otro tiempo. Una colonia británica perdida en el Atlántico Sur, desconocida por los habitantes del Reino Unido. Los isleños dependían entonces -1982- de la relación con Argentina: vuelos, hospitales, colegios secundarios, gas y maestros de español. Eran ciudadanos de segunda hasta que, luego de la derrota argentina, Margaret Thatcher les concedió la ciudadanía británica. Comenzó otra historia.

Aquellos eran los tiempos de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Los militares que ocupaban el poder en Argentina eran rabiosamente anticomunistas y pronorteamericanos. Trabajaban con la CIA en Centroamérica apoyando a la contra somocista, y asesoraban sobre secuestros, torturas y contrainsurgencia. Esa alianza, pensaban, evitaría que Washington se inclinara por Gran Bretaña cuando desembarcaran en Malvinas. Esa hipótesis fue desastrosa.

Ocurrió todo lo contrario: Reagan apoyó a Thatcher y, se sabe, aún antes que la mediación de Alexander Haig colapsara, el Pentágono ya suministraba armamento para la flota que navegaba hacia las islas Malvinas.

Ocurrió, entonces, que los militares anticomunistas argentinos se volcaron hacia cualquier fuente de aprovisionamiento de armas, bloqueados por la solidaridad con Londres de la mayoría de los países proveedores de ese material.

Ese brusco cambio obligó a buscar proveedores. Perú aportó aviones Mirages (después Argentina “pagó” esa ayuda vendiéndole armas a Ecuador) y hubo compras en el mercado negro .

Esas negociaciones, es obvio, tuvieron que evitar al servicio de inteligencia británico y a otros servicios similares de países de la OTAN, además de la vigilancia siempre cercana de los americanos. Alguna operación fue bloqueada y hasta hubo agentes dobles metidos en el asunto.

En esa búsqueda desesperada, se recurrió a fuentes de aprovisionamiento que, poco antes, formaban parte de la “conjura antiargentina”. Entre ellos, Libia, gobernada por Muammar Kadafi, por entonces un líder tercermundista y promotor de actos terroristas en los países que consideraba enemigos de su causa.

Por primera vez, quienes participaron de los vuelos secretos para traer armamento a la Argentina rompen el silencio y cuentan detalles de aquella operación que se mantuvo oculta por treinta años Se trata de un documento excepcional de Gonzalo Sánchez, uno de los editores de la redacción de Clarín, que dialogó con los pilotos de los aviones de carga y obtuvo testimonios reveladores.

Es un trabajo periodístico de calidad que alumbra esos días de tragedia.

 

https://www.clarin.com/home/secretos-buscar-armamento-israel-libia_0_rk9vNvnv7x.html

TEMA DEL DOMINGO: A 30 AÑOS DE LA GUERRA (PRIMERA PARTE)

19/02/2012 – 01:42

 Los vuelos secretos para buscar armamento en Israel y Libia

POR GONZALO SÁNCHEZ

En plena guerra, un grupo de pilotos civiles de Aerolíneas voló a Medio Oriente para regresar con los aviones repletos de armas. Por primera vez, estos héroes anónimos cuentan en detalle la odisea.

Fin del pacto. Los siete protagonistas de la “Operación Aerolíneas”: Gezio Bresciani, Ramón Arce, Leopoldo Arias, Juan Carlos Ardalla, Jorge Prelooker, Mario Bernard y Luis Cuniberti.

INVESTIGACIÓN –   19/02/12

En “sigilosa” significa que el equipo de radio debía estar apagado, y también las luces: el avión no podía ser una estela en el cielo, sino un fantasma. Durante el vuelo, además, cuando resultara inevitable entrar en la frecuencia de los radares de control, era conveniente mentir posiciones. Los satélites de la OTAN y los aceitados servicios de inteligencia de casi todo Occidente barrían el Océano Atlántico y para los británicos todo el océano era zona de guerra. Esto quería decir que cualquier elemento sospechoso podía ser interceptado o derribado. Como no eran hombres de la Fuerza Aérea preparados para entrar en combate, la posibilidad de morir en medio de la misión los inquietaba y, por supuesto, representaba una novedad.

Es lógico: iban por las nubes cargados de armas.

Cuando fueron convocados para llevar adelante esta tarea, Gezio Bresciani, Luis Cuniberti, Leopoldo Arias, Ramón Arce, Mario Bernard, Juan Carlos Ardalla y Jorge Prelooker eran los pilotos civiles de la flota Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas. Hombres dichosos en tiempos dorados de la aviación comercial, nacidos con la línea de bandera y apasionados por su trabajo, que consistía en cruzar el mundo trasladando pasajeros y cargas. Pero llegó el 2 de abril de 1982, los militares recuperaron las Islas Malvinas, la Plaza de Mayo se colmó de fervores patrióticos y desde los altos mandos del Edificio Cóndor bajó una orden para que los aviones comerciales –y sus pilotos– se pusieran al servicio del Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas. Hoy, la increíble historia de la “Operación Aerolíneas”, que se mantuvo en secreto durante 30 años, es contada aquí por primera vez y de la mano de sus protagonistas. Es el resultado de una investigación de más de dos meses de trabajo, cotejando datos, buceando en archivos y desgrabando entrevistas.

Los fueron llamando de a uno. Les dijeron que los necesitaban y ellos aceptaron aún sin saber a dónde tenían que ir y qué tenían que hacer. Ahora comienzan a recordarlo: desanudan lentamente un pacto de silencio sellado en 1982 . “Cuando alguien te dice que tu país está en guerra y que podés ayudar de alguna forma no te detenés a pensarlo demasiado. Eso sentimos nosotros: que teníamos que ayudar”, dice Bresciani, 71 años, la mirada franca, el cielo todavía en los ojos. Después los anoticiaron, pero sólo a medias: había que realizar una serie de viajes hacia naciones remotas en busca de armas para el país.

Fueron dos vuelos a Tel Aviv, cuatro a Trípoli y uno a Sudáfrica, que debió ser abortado en pleno trayecto porque al parecer los militares argentinos no cerraron el negocio con el traficante de armas (Diego Palleros, según fuentes consultadas para esta investigación). Los viajes se realizaron entre el 7 de abril y el 9 de junio de 1982. Todas las operaciones fueron hechas con aviones Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas, tripulados por civiles y acondicionados para volver a tope: desmantelado de asientos , en cada partida, el fuselaje de la nave parecía la garganta seca de un robot.

Confidencial, esa era la palabra. Implicaba que ni esposas ni hijos ni amigos podían saber que se habían convertido en el núcleo de una misión secreta para armar a la Argentina en una guerra que se vislumbraba despareja. Los llamaban a sus casas, les ordenaban que estuvieran a tal hora en Ezeiza y sólo en los minutos previos a la partida comenzaban a soltarles la información con cuentagotas. A veces en el despacho de algún jefe militar. Otras directamente en el avión. En el tercer viaje, por ejemplo, al piloto Luis Cuniberti, que hoy tiene 76 años, lo hicieron despegar y una vez en el aire protagonizó el siguiente diálogo con el oficial de inteligencia que llevaba como enlace: –Bueno, dígame hacia dónde voy.

– A Trípoli.

Las rutas eran Buenos Aires–Recife–Las Palmas (Islas Canarias) –Trípoli o Tel Aviv. Los aviones partían con número indicativo falso, como casi toda la documentación legal presentada. Antes de salir, los pilotos recibían un sobre con viáticos por 40 mil dólares para imprevistos y luego se enfrentaban a una situación inédita. Eran convocados a la oficina de Fuerza Aérea en Ezeiza, donde dos oficiales los esperaban para encomendarles una tarea extra. Jorge Prelooker, comandante del segundo vuelo a Israel, lo cuenta ahora, con cierta gracia, a los 75 años. Recuerda aquella noche, 10 de abril de 1982. Primero le comunicaron el destino, Tel Aviv, y luego ocurrió lo siguiente: “Entro, saludo, me presento y de inmediato uno de ellos, oficial de la Marina, me hace entrega de unos prismáticos enormes. Yo me quedo medio sorprendido, los agarro y pregunto para qué eran. Entonces me dice: ‘Mire, ustedes van a volar por el Océano Atlántico y queremos que se fijen en la medida de lo posible si ven algún tipo de barco de guerra’. Le pregunto cuáles, cómo, y acto seguido este hombre despliega una lámina con las siluetas de los tipos de buques dibujados como en la batalla naval. Nos pareció insólito porque es imposible que uno pueda reconocer el tipo de barco desde tan alto, pero durante la vuelta nos vimos obligados a volar más bajo y vimos buques dejando una estela inmensa en el mar, en rumbo Sur. Naturalmente, al llegar lo reportamos”.

En el aire era momento de callar. “Despegábamos, a los pocos minutos apagábamos todos los equipos y a volar en silencio. Éramos un misil atravesando la oscuridad de los cielos”, explica Mario Bernard, entrador, a los 82 años. “Quince minutos antes de aterrizar abríamos contacto con la terminal que nos tocara y pedíamos autorización”, agrega. “En Brasil –sigue– se volvía a cargar combustible y nos lanzábamos a cruzar el océano otra vez en silencio. Por supuesto íbamos escuchando las comunicaciones en inglés británico, que ocupaban casi todo el espacio radial en aquella época. El cruce del Atlántico implicaba que pasáramos cerca de la Isla Ascensión, desde donde se aprovisionaba la flota inglesa y desde donde despegaban los Vulcan que después bombardeaban Puerto Argentino”.

La pregunta surge sola: a pesar de los recaudos tomados, los aviones de Aerolíneas eran fácilmente identificables –como los de cualquier compañía área– y los mismos pilotos consideran que en el mundo de la aviación se sabía la operación que estaban efectuando.

¿Por qué entonces no los derribaron? Prelooker arriesga: “Si nos volteaban nos íbamos al fondo del mar y nunca se hubiera podido confirmar que llevábamos armas. Además, hubieran atacados aviones de línea con civiles a bordo, y hubiera desencadenado un escándalo internacional”, especula.

La gran película, sin embargo, los esperaba en los países de destino. Un banquete en Israel por tratarse de la primera vez que un avión de Aerolíneas llegaba a ese país; largas horas en palacios militares o en bases subterráneas en medio del desierto ; cenas de recepción con oficiales del régimen libio; hangares secretos colmados de aviones soviéticos; un teólogo tucumano, especialista en el Corán, que se presentaba como “El doctor Alberto” y era el hombre que gestionaba el armamento con los árabes por su conocimiento del idioma; sobresaltos en mitad de la noche; regalos enviados por Galtieri para Kadafi, que debían ser entregados en mano; y estadías que se prolongaban, mientras el Boeing iba siendo cargado con material de grueso calibre por oficiales del Ejército anfitrión.

“Al llegar a Libia nos daban unos libros de color verde. Después supe que era el libro verde de Kadafi. Estaba en árabe y en inglés. Y nosotros estábamos ahí, en unas habitaciones, mirando televisión y esperando novedades. De vez en cuando aparecía el doctor Alberto, un tipo lenguaraz, que nos decía que la cosa iba bien y se marchaba”, recuerda Leopoldo Arias.

No conocen en detalle lo que trajeron, pero entienden que fue mucho: misiles soviéticos, sobre todo, y minas antitanque y antipersonales, probablemente las mismas que siguen sembradas en los alrededores de Puerto Argentino. “Los misiles soviéticos eran clave –dice Cuniberti– porque son de largo alcance y los aviones ingleses, como sabían que Argentina los tenía, evitaban volar más bajo”.

“Fierros –dice Ramón Arce, hombre diminuto y de voz delgada–, trajimos fierros de todo tipo. Pero nuestro trabajo consistía en pilotear los aviones, trasladar el material, los militares no nos decían nada y nosotros entendíamos que no había que preguntar a menos que estuviera en riesgo la seguridad del vuelo”.

Arce era el jefe del grupo. Estaba a cargo de toda la línea Boeing y, como tal, era quien debía convocar a los pilotos cada vez que surgía un vuelo especial. También organizaba los otros vuelos, no secretos, que consistieron en transportar tropas de conscriptos a Río Gallegos y a Comodoro Rivadavia durante todo el tiempo que duró el conflicto con los ingleses.

Pero Arce fue, sobre todo, quien condujo el primer vuelo de la serie. El 7 de abril de 1982 despegó a rumbo a Tel Aviv en un viaje que no implicó mayores problemas porque todavía, a pesar del vértigo diplomático que comenzaba a dispararse, no había comenzado la guerra directa. Cuando arribaron al aeropuerto internacional Ben Gurion, una comitiva mixta de argentinos e israelíes los recibió con honores. “Al fin llegan –les dijo la representante de Aerolíneas en Israel, una rubia despampanante de Almagro que se hacía llamar Matsie–, los estábamos esperando”. Era la primera vez en la historia de Aerolíneas que un avión de su flota llegaba a Israel. Nadie supo jamás, hasta ahora, que ese avión regresó al país saturado de armas.

El comandante Juan Carlos Ardalla aparece en una de las fotos que ilustran esta serie de notas, acomodando una caja de municiones en el interior del Boeing 707, mientras la nave permanece estacionada en un hangar de Trípoli. Explicará que se hacía para distribuir el peso de una manera correcta y evitar que el avión, en pleno vuelo, se fuera de cola. Ahora tiene 71 años. Es un hombre flaco, espigado y saludable. El tiempo lo convirtió en un estudioso de la guerra. El resto del grupo lo señala como el especialista. “De acuerdo a distintos estudios que aparecieron después de la guerra, estimo que el 30% de las armas que trajimos llegó a las islas. Pero no sabemos qué sucedió con el resto. Nosotros aterrizábamos en Palomar y de inmediato eran despachados a Río Gallegos con la carga”, explica.

La colaboración de Israel con las fuerzas armadas argentinas tenía motivaciones económicas y políticas (Ver Los motivos…). Pero la presión combinada de Estados Unidos y Gran Bretaña hizo que la entrega de armamentos israelíes al régimen militar argentino perdiera regularidad. A pesar de los intentos de Tel Aviv por mantener a través de terceros el comercio de armamentos, los militares argentinos consideraron que Israel estaba más cerca de Washington y Londres que de Buenos Aires, y se convencieron de la necesidad de buscar proveedores alternativos en Trípoli, que se abastecía vía Moscú.

Según diferentes informes de la época, el 14 de mayo de 1982 la Junta militar resolvió aceptar la colaboración del régimen de Kadafi y envió una misión ultra secreta a Libia para cerrar el acuerdo. Diez días después, el presidente Galtieri y el brigadier Mustafá Muhammad Al Jarrubí, comandante de las Fuerzas Armadas libias, suscribían un acta que calificaba como “bárbara” la “odiosa agresión imperialista británica” y anunciaba el envío de las siguientes armas a Argentina:

15 misiles aire-aire 530 de calorías.

5 misiles aire-aire 530 radares.

20 misiles aire-aire 550.

20 motores de misiles aire-aire 550.

20 misiles Istrella lanzador Kasef.

60 misiles Istrella proyectiles Maksuf 10 morteros de 60 milímetros con accesorios.

10 morteros de 81 milímetros con accesorios.

492 proyectiles de mortero de 60 milímetros.

498 proyectiles de 81 milímetros superexplosivo.

198 proyectiles iluminantes de morteros de 81 milímetros.

1000 bombas iluminantes de 26,5 milímetros.

50 ametralladores calibre 50 milímetros.

49.500 proyectiles calibre 50 milímetros.

4000 minas antitanque.

5000 minas antipersonales.

El 27 de mayo de 1982, Luis Cuniberti despegó desde Ezeiza y se enteró en el aire que debía llegar Trípoli. Iba en busca, sin saberlo, del primero de los cargamentos libios.

Los aviones regresaban con 40 toneladas promedio de material encima, es decir, pasados de peso, obligados a volar más bajo y con riesgo serio de venirse a pique. Volar a menor altura, además, hacía que el consumo de combustible fuera mayor, razón por la cual tuvieron que realizar escalas excepcionales.

Prelooker, Cuniberti y Arias recuerdan paradas en los aeropuertos de Las Palmas, Recife y Río de Janeiro cargados de bombas hasta la trompa y cómo custodiaban la puerta para evitar que nadie ajeno entrara a la nave: eran paradas de alto riesgo, por fortuna anecdóticas, junto a aviones repletos de pasajeros. “Durante el tiempo que duró esta misión –dice el comandante–, nos vimos obligados a no respetar prácticamente ninguna de las convenciones formales ni los códigos de seguridad de la aviación aerocomercial”.

Lo que sí respetaron fue su propio silencio, la orden de no decir ni revelar nada a nadie. Naturalizaron los sucesos vividos y siguieron adelante con su trabajo en los años posteriores a la guerra hasta que se jubilaron en los tempranos ‘90. En todo este tiempo, ley de vida, muchos de los tripulantes que los acompañaron fueron muriendo. Otros que también participaron en la “Operación Aerolíneas”, cuyos nombres se preservan, se alejaron con el secreto a cuestas. El Estado Nacional, en tanto, los reconoció como “veteranos de guerra” y les otorgó diferentes condecoraciones por la misión patriótica cumplida. Pero los hechos siguieron sin ser revelados. Era un hueco en este episodio trágico de la guerra de Malvinas: un espacio vacío que comienza a llenarse ahora.

 

https://www.clarin.com/home/reclutamiento-primer-destino-tel-aviv_0_SyuwNw3vme.html

19/02/2012 – 01:38

FUE CINCO DIAS DESPUES DEL DESEMBARCO EN LAS ISLAS

El reclutamiento y el primer viaje con destino a Tel Aviv

Fue una rubia descollante lo primero que vio el piloto Ramón Arce al bajar del Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv el 7 de abril de 1982. Era oficial radarista de la Fuerza Aérea, judía y de Almagro. Tenía treinta y pico, le decían Matsie: –Al fin llegan –los recibió–, los estábamos esperando.

El comandante agradeció y quedó a disposición del operativo, junto al resto de la tripulación. Esperó precisiones, mientras lo invitaban con una copa de vino. Era la primera vez que un avión de la línea de bandera aterrizaba en Israel, y hubo banquetes, a pesar de que el objetivo del viaje no era trasladar pasajeros, sino regresar al país con la nave colmada de bombas.

La operación secreta aún no se había formalizado, pero el vuelo AR 1418 inauguraba la saga de viajes confidenciales a Medio Oriente. Pocos días atrás se lo habían comunicado al propio Arce, en aquella época jefe de la línea Boeing. “Las órdenes llegaban al presidente de la compañía, el doctor Juan Carlos Pellegrini, y él hablaba con nosotros. Después había otro hombre, muy educado, el Brigadier Enrique Valenzuela, jefe de la Brigada Aérea del Palomar, que nos puntualizaba la misión. Se nos pidió que iniciáramos contacto con aquellos empleados que estuvieran dispuestos a ayudar.

La aceptación fue total. El equipo de mantenimiento acondicionó los aviones, quitando los asientos del fuselaje. En tiempo récord, las naves estaban listas para salir”, recuerda Arce, 76 años, la voz breve. Se ayuda con una agenda Meridiano del año 1982, bien conservada, donde guarda registro de todo.

A Tel Aviv, le dijeron. “Éramos cuatro pilotos –cuenta Arce–, dos mecánicos de a bordo, un comisario y tres suboficiales del Ejército. Los militares no hablaban con nosotros, pero estaba claro que eran los enlaces con Israel. No te digo que al llegar había una fiesta, pero casi. Estaba esta chica, Matsie, junto a un comité de personas. Luego nos trasladaron a un hotel, mientras que los militares se iban a ocupar de que se cargara el avión. Dormimos pocas horas y a las nueve de la mañana, ya estábamos en la base, listos para volver”.

Ahora, de día, podían ver aquello que la noche había ocultado. El avión de Aerolíneas había quedado estacionado en unos hangares bajo tierra, repletos de aviones, donde terminaban de cargarlo y acondicionarlo para partir. “Cuando subimos –dice Arce– el fuselaje estaba lleno de fierros, pero también había camperas y turbinas de aviones Dagger (la versión israelí del Mirage). Había que esperar a que se abriera una compuerta y la nave salía a una pista vacía. A pesar del exceso de peso, la vuelta fue normal. En Palomar se descargaron los fierros y se despacharon al Sur. La misión ya no se detuvo”.

Efectivamente, la operación adquirió su carácter formal cuando el piloto regresó a Buenos Aires. La agenda de Arce es clave. Pisó suelo argentino el 9 de abril y un día después, en el mismo momento en que salía el segundo vuelo a Israel, fue citado a una reunión con el presidente de Aerolíneas. “Pellegrini me dijo: ‘Muchachos el país los necesita, así que adelante’. Eso venía acompañado, por ejemplo, de que no habría seguros de vuelo ni nada”.

Arce salió de la reunión movilizado. “Yo recuerdo la algarabía de la calle –dice–, la gente en la Plaza, los ánimos patrióticos y mi sensación de amargura porque comenzaba a entender que se venía una guerra”. El frío anunciaba el comienzo de los días crudos. Aquella noche de vísperas de Pascua, al llegar a su casa, el comandante tomó su agenda y anotó: “Sábado de gloria. Sin cobertura de seguro. Deseo de suerte en la tarea”.

Fuente: Clarin